La vida es demasiado corta para no aprovechar los buenos momentos que brinda…y demasiado larga para que el destino no juegue malas pasadas.
Dicen que para apreciar la felicidad es necesario conocer el sufrimiento, pero en ocasiones, el sufrimiento es tan elevado que consigue que te hundas en un pozo sin fondo, del que crees que no saldrás. La perspectiva de la realidad puede cambiar tanto que tu mundo ya no es el mismo, hasta el punto de no querer pertenecer a él.
En “Acordes y desacordes”, mi hermano habla de una canción como alivio al dolor de su alma….a mi cabeza vienen imágenes en blanco y negro de una película.
Hace años toqué fondo en mi pozo personal, y un solo pensamiento ocupaba mi mente: “el mundo estaría mejor si yo no estuviese en él”. Entonces, una persona muy especial en mi vida, me sentó en el sofá y me puso una película, ¡Qué bello es vivir!, el clásico de Frank Capra que televisaban cada navidad pero que nunca tuve ocasión de ver.
Aquel día me convertí en James Stewart, mi vida se transformó en la de Georgey Bayle, y viajé desde Málaga hasta un pueblecito llamado Beldford Falls.
No pude evitar que las lágrimas cayeran de mis ojos, pero con cada una de ellas un pedacito de mi volvía a renacer.
Aquella película me hizo ver que merecía la pena estar en el mundo y que, pasase lo que pasase (pensase lo que pensase), debía apostar por la vida.
No todos tenemos un ángel de la guarda que nos guíe hacia la salida del túnel (o tal vez sí)…sea como sea, el mejor ángel en la Tierra eres tú mismo.
La vida no es tan fácil como ver una película, lo sé, pero es tan bello vivir que merece la pena intentarlo.
Ana Moreno